¿A quién no le ha venido a la cabeza bailar esta canción ahí, agarradito a su pareja o imaginar a alguien con quién bailarla? La canción se presta a ello, la verdad.
Lástima que sea la gran desconocida. Sam Brown, inglesa, hija de rockeros (John Brown y Vicky Brown), la cual decidió seguir los pasos de sus progenitores y, como Alannah Myles, conoció las mieles del triunfo demasiado pronto con una canción que te llegaba hasta lo más profundo: Stop, en 1988. Toda una declaración de intenciones donde demuestra lo bien que maneja su portentosa voz. Como juega con los tonos y la hace ascender o descender, dependiendo del momento. Increíble.
Con ese disco vendió dos millones de copias por todo el mundo. Le siguieron dos discos más pero los rifi-rafes que mantuvo con su compañía discográfica, la hicieron descender a los infiernos. Es lo malo de depender de alguien. En el negocio musical, si una compañía discográfica te hace la cruz, despídete. Otra dictadura más. Y si no, que se lo pregunten a Prince.
Recientemente, ha intervenido de corista de lujo junto a grandes como Pink Floyd, Deep purple, George Harrison, Fish o Nick Cave. Ellos saben por qué. Y un servidor también. Una de las voces más hermosas que he escuchado, y, que por desgracia, ha pasado sin pena ni gloria por el firmamento discográfico.
Si algún día escuchan su nombre por la radio, no se lo piensen. Párense a disfrutar con su voz unos minutos. Las estrellas fugaces también son de admirar.
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